viernes, 2 de diciembre de 2011


El poeta agoniza



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Sólo un poeta de verdad sabe la angustia que se experimentó en la sala de espejos de la poesía. Por la ventana se oye el ruido de los disparos y el corazón se siente oprimido por el deseo de marcharse; Lermontov se pone el uniforme militar; Byron coloca el revólver en el cajón de la mesa de noche; Wolker marcha en sus versos con las multitudes; Halas maldice y sus maldiciones riman; Maiakovski pisotea el cuello de su canción; entre los espejos se desata una lucha maravillosa.
¡Pero cuidado! Cuando los poetas traspasen por error los límites del salón de los espejos, morirán, porque no saben disparar y cuando disparen sólo acertarán a su propia cabeza.
¿Los oís? ¡Ahí van! El caballo galopa cuesta arriba por los vericuetos de las montañas del Cáucaso y en él va sentado Lermontov con su pistola. ¡Otra vez el ruido de los cascos y el traqueteo de los coches! ¡El que va es Pushkin y también lleva pistola y también va a batirse en duelo!
¿Y qué es ese ruido? Es un tranvía; un lento y ruidoso tranvía praguense; en él va Jaromil, recorre la  ciudad  de un extremo a otro; hace frío: lleva un traje oscuro, corbata, abrigo, sombrero.

MILAN KUNDERA

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